3 de marzo de 2019

SAN ANTONIO ABAD EL ERMITAÑO Y SU ENCUENTRO CON EL FAUNO


Óleo de Velázquez: San Antonio Abad y San Pablo 






Fauno o sátiro, escultura antigua de autor desconocido
Testimonios sobre seres extraños han existido desde siempre, y del encuentro de éstos con los humanos, hay también numerosas pruebas escritas desde la más remota antigüedad. Aunque ya hemos tratado este mismo tema que hoy nos ocupa en otro artículo de esta misma categoría titulado ‘Las tentaciones de San Antonio’, queremos aquí volver sobre el mismo, con más detalle, puesto que se trata de uno de estos encuentros de un mortal con un ser extraordinario más fascinantes de los que tenemos noticia.

Recordemos que el episodio corresponde a la vida del abad San Antonio, el asceta egipcio, fundador del espíritu monástico, que floreció en el siglo III. 

Cuando se hallaba haciendo penitencia en el desierto, san Antonio se encontró con un extraño ser de pequeña estatura, que huyó después de sostener una breve conversación con él. Reproducimos textualmente la historia de la obra de San Jerónimo “Vida de Pablo el primer ermitaño”:

“Al poco tiempo, en un pequeño valle rocoso cerrado por todos lados, vio a un enano de hocico en forma de bocina, cuernos en la frente y miembros como patas de cabra. Al verlo, Antonio, a fuer de buen soldado, embrazó la rodela de la fe y se tocó con el yelmo de la esperanza: sin embargo, la criatura le ofreció el fruto de la palmera para mantenerlo en su viaje y como si viniera en son de paz. 

Al ver esto, Antonio se detuvo y le preguntó quién era.



San Antonio y el fauno, detalle del cuadro de Velázquez

“He aquí la respuesta que recibió: «Soy un ser mortal y uno de los habitantes del desierto al que los gentiles rindieron culto bajo varias formas engañosas, con los nombres de faunos, sátiros e íncubos. He sido enviado como representante de mi tribu. 

Venimos a suplicarte que pidas a tu Señor que nos dispense sus favores, pues también es nuestro Señor que, según hemos sabido, vino una vez para salvar al mundo, y cuya voz resuena en toda la Tierra.»




“Al oír estas palabras, las lágrimas bañaron las mejillas del anciano viajero, que mostró así cuan profundamente conmovido se hallaba, hasta el punto de derramar lágrimas de alegría. Se regocijó por la Gloria de Cristo y la destrucción de Satanás, maravillándose al propio tiempo de que pudiese entender el lenguaje del sátiro. Golpeando el suelo con su bastón, exclamó entonces: «¡Ay de ti, Alejandría, que en vez de Dios has adorado a monstruos! ¡Ay de ti, ciudad ramera, en la que han confluido los demonios del mundo entero! ¿Qué dirás ahora? Las bestias hablan de Cristo, pero tú, en vez de adorar a Dios, idolatras a monstruos.»

“Apenas había terminado de hablar cuando la salvaje criatura huyó cual si se hallase dotada de alas.

“Que nadie sienta escrúpulos en creer este incidente; su veracidad se halla refrendada por lo que ocurrió cuando Constantino ocupaba el trono, hecho del que todo el mundo fue testigo. Pues tenéis que saber que un hombre de esa especie fue llevado vivo a Alejandría, para ser exhibido ante los maravillados ojos del pueblo. Cuando murió, se embalsamó su cuerpo con sal, para evitar que el calor del verano lo descompusiese, y así fue presentado a Antíoco, para que el emperador pudiese verlo”.



En este relato nos enfrentamos con un texto cuya veracidad no vale la pena poner en duda: las vidas de los santos primitivos abundan en pasmosos milagros que, según algunos, deberían considerarse más bien como figuras literarias que como observaciones científicas. 

Pero para nosotros, lo que en realidad importa y tiene validez es que numerosos textos religiosos fundamentales contienen material de este tipo; lo cual da, por así decir, títulos de nobleza a toda una categoría de seres comúnmente considerados como de origen sobrenatural. 

Observaciones como la de san Antonio resultan fundamentales cuando las autoridades religiosas se enfrentan con el problema de evaluar observaciones medievales de seres bajados del cielo, las afirmaciones de los que pretenden haber invocado a los demonios por medios ocultos, e incluso los milagros modernos.


Y en realidad, es un tema secundario si en éste o en otros relatos similares hay una cierta confusión en cuanto a la terminología empleada. En el relato aquí reproducido, el extraño ser recibe indistintamente el nombre de sátiro y el de enano, el de fauno y asimismo el de íncubo. 

San Jerónimo menciona a un «hombre de esta especie». En dicho relato, sin embargo, por lo menos está claro para san Antonio que no se trata de un ángel ni de un demonio. Si el pequeño ser lo hubiese sido, él lo hubiera reconocido inmediatamente.



San Antonio y San Pablo, de Diego Velázquez

La importancia del cuadro que ilustra este artículo merece que le dediquemos unos pocos párrafos. 





Se titula “San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño” y fue pintado por Diego Velázquez en 1634. El genial pintor quiso en esa obra representar el episodio que el beato Santiago de la Vorágine relata en su obra ‘Leyenda dorada’, sobre la visita que San Antonio Abad realizó a San Pablo ermitaño.

La leyenda relata como San Antonio, retirado como eremita en el desierto, tuvo en sueños la revelación de que otra persona le había precedido en su idea, por lo que decidió ir a buscarlo. 

En su búsqueda es guiado por un centauro y un fauno, figura esta última que aparece representada a la izquierda de la obra y en segundo término (y cuyo detalle reproducimos también, ampliado). 

Tras localizar la cueva en la que se cobija San Pablo, el cuadro representa ese momento en un gran peñasco que ocupa la zona derecha y en la que se distingue a San Antonio llamando a la puerta; es recibido por el eremita y, a la hora del almuerzo, el cuervo que diariamente aprovisionaba a San Pablo con una hogaza de pan aparece llevando en su pico doble ración de alimento. 

Fragmento del cuadro de Velázquez  San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño (Museo del Prado, 1635-38)

Tras la comida, San Antonio emprende el viaje de vuelta y observa que unos ángeles transportan el alma de San Pablo, por lo que dirigiéndose de nuevo a la cueva, encuentra al ermitaño muerto, semisentado y en posición orante, siendo ésta la escena central del cuadro. 


Incapaz San Antonio de excavar una sepultura, unos leones se encargan de ello, representando el pintor esta escena en la zona izquierda de la obra. Obra que no representa un momento en concreto de dicha leyenda, sino que la recoge prácticamente en su totalidad.



Fuente:
Publicado el 28 agosto, 2009 por Josep Riera de Santantoni
https://eltemplodelaluzinterior.com/2009/08/28/san-antonio-abad-y-su-encuentro-con-un-fauno/

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